En la actualidad hay pocos cultores de la música criolla en guitarra. Esa expresión que resultó de la amalgama de los cantos nativos y la música española, tal vez el único doloroso saldo positivo de los años de exterminio y represión. Esta música por supuesto, tiene sus propias leyes y técnicas, así como la expresión clásica o romántica europeas o el jazz y el negro spirituals afroamericanos tienen la propia.
En la guitarra, instrumento nacional y americano por excelencia, legado de los españoles, el indio y el gaucho también supieron sabiamente dar las bases de esa técnica. Posteriormente, músicos académicos argentinos con exquisito gusto, rigor y mesura, hicieron bellas obras que son verdaderas joyas dignas de estudio para comprender el sentido y el sabor del criollismo y el arte nacional.
De esta manera, la guitarra criolla se yergue distinguida en el mundo musical a la par de sus hermanas, la clásica, la andaluza, la del jazz o el blues. Seria en su manera, orgullosa y parca en el decir, elegante en su expresión. También sabedora de la estoica dignidad del pobre en la lucha diaria del subsistir.
La música criolla en general y la guitarra en particular, no admiten avances fuera del lento ritmo de la incorporación popular, estricta ley de la sabiduría oral que como músicos creadores hay que saber comprender. El arte nativo tiene tiempos históricos y no periódicos y menos aún mercantiles. Así, quedan grabados en su hechura sucesos históricos y procesos colectivos, sentires, dichas, tristezas e injusticias vivenciadas por el pueblo. Por esto mismo, representa a todos sin excepción , por encima de sectores y clases. Una verdadera bandera.